Capítulo 3 La rosa
carmín
El país de la Rosa Blanca
contaba con nuevos gobernantes. Niel había sido desterrado, condenado a
vivir una vida de mendigo y el verdadero rey estaba por librar la primera
de sus muchas batallas. Pero él estaba seguro de salir victorioso, pues
por escudo llevaba el bello recuerdo del amor tatuado en su corazón y por
estandarte la paz de su pueblo.
El motivo de esta guerra,
era evitar la expansión del poder feudal, que cada día quería más
tributos, más diezmos. El país de la Rosa Blanca, fue liberado del yugo
de los reinos poderosos, para convertirse en un pequeño pueblo libre,
autónomo, todo esto se había logrado con la valentía y coraje del Rey
Edward padre de Anthony, ahora el responsable de conservar la libertad del
pueblo era el Príncipe de las Rosas.
La batalla estaba
próxima, pronto las verdes alfombras se teñirían de rojo, el rojo de la
guerra, de la sangre de valientes guerreros. El sol de un nuevo día estaba
por presenciar el primer combate, cada bando esperaba la señal para dar
inicio a una cruel batalla, por un lado se izaba el estandarte de la Rosa
Blanca y por otro el estandarte del enemigo a vencer, al frente de cada
bando se encontraba su rey, su líder. Al mismo tiempo ambos estandartes
dieron la señal para el comienzo de un cruel episodio.
El campo se inundaba de
lluvias de flechas, algunas dieron en el blanco, otras se clavaron en el
verde campo para empezar a labrar los ríos de sangre. Ahora era el turno
de las enormes lanzas, los guerreros de ambos bandos salieron a galope,
con el único fin de destruir al enemigo, no había ni la más mínima
consideración, era matar o morir.
Al terminar de pintar
aquel lienzo, solo quedaba contemplar la obra culminada. Hombres muertos,
hombres heridos y todo por un simple pedazo de tierra, por un simple y
vano tributo.
Anthony, empuñaba su
espada sangrienta, en su alma había dolor, miraba con tristeza a sus
guerreros muertos y daba alivio a los heridos, pero ni la más piadosa de
las palabras lograba sanar las heridas y solo quedaba prepararse para la
siguiente batalla.
Al anochecer el joven rey
contemplaba la luna, era luna radiante, hermosa.
-Mi querida Candy…
¿Estarás observando este cielo estrellado?, ¿Pensarás en mí? Quiero
regresar a tu lado, quiero estrecharte entre mis brazos y susurrarte al
oído un te amo.
Aquel cielo estrellado se
encontraba estampado en una mirada verde, quien también suspiraba y
anhelaba el regreso del bien amado.
-Anthony… te extraño, tu
pueblo esta en peligro, el legado de tu padre se ha perdido –mientras
enunciaba estas palabras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Anthony se enfrentaba a
crueles batalla, mientras en el país de la Rosa Blanca, se daban cita las
peores bajezas de la nueva soberana.
En la alcoba nupcial se
encontraba profundamente dormido Terruce, a su lado su esposa, quien no
entendía el porque de la extraña actitud de él.
-Esto no es posible, que
estoy haciendo mal, desde nuestra noche de bodas, no hemos podido estar
juntos, a qué se debe… ese tonto de Stear algo esta tramando, pero no se
lo voy a perdonar, juro que no se lo voy a perdonar –el rostro de la
soberana representaba la maldad en carne viva y su venganza sería
terrible.
Stear, trataba por todos
los medios de proteger al joven soberano. Eliza quería tener un heredero
lo más pronto posible, pues tenía claro que algún día el sortilegio
terminaría o que tal vez Anthony regresaría a reclamar su reino, y con ese
heredero tendría seguro el vivir para siempre al lado de Terruce.
El joven hechicero, se
encontraba en una habitación del palacio preparando, como era costumbre,
aquel brebaje que mantenía bajo control a Terruce. La puerta se abrió de
golpe, dejando entrar a una mujer, dejando entrar al demonio en persona.
-Hechicero de pacotilla…
pensaste que iba a ser tan fácil engañarme, pues te has equivocado… tu
osadía tendrá su justa recompensa, tu hermano pagará tu rebeldía –las
palabras de la reina eran aderezadas con maldad.
-Mi lady… no se de que me
hablas… he cumplido al pie de la letra vuestras órdenes… en este momento
iba a llevarle el brebaje…
Stear coloco en las manos
de la soberana el filtro, ella al tenerlo con furia lo arrojo al suelo.
-Este no es el brebaje,
me has estado engañando… recuerdo que era de un color azul y este que me
entregas es de un color verde… no me creas tan tonta Stear… ahora no me
cabe la menor duda que te has estado burlando de mi –una risa maquiavélica
se dibujo en los labios del demonio al tiempo que ordenaba a sus guardias
venir a su presencia.
Dos guardias entraron a
la habitación, llevando una prisionera.
-Querida Patty, es un
gran honor para mí que seas mi huésped, te atenderemos como la princesa
que eres – y dirigiéndose a Stear – ¿no te agrada la sorpresa querido
primo? –pregunto la soberana.
-Eliza no te atrevas…
-Cuidado con lo que
dices, soy tu reina y me debes respeto… no por ser mi primo te sientas con
derecho a hablarme como se te de la gana, para ti “Mi lady”… ahora si nos
disculpas, Patty y yo iremos a tomar el té, mientras trabajas en tus
deberes y no se te olvide es color azul.
Eliza se retiraba con
Patty, ahora Stear estaba acorralado. No solo la vida de su hermano corría
peligro, ahora Patty se unía a la misma suerte de Archie.
Después de una larga
hora, Stear se presentó ante Eliza.
-Mi lady.
-Veo que has terminado,
bien dónde esta – preguntaba con ansiedad la reina.
-Mi lady… lamentó
informarle que no pude cumplir su encargo.
Eliza se levantó de su
trono llena de furia.
-De qué estas hablando…
cómo que no pudiste cumplir mi encargo… Stear no juegues conmigo… sabes
perfectamente que la vida de tu hermano y tu prometida están en mis manos
y que con solo una orden mía puede mandarlos a la horca.
-Mi lady… necesito
tiempo… no es fácil volver a preparar la fórmula, no cuento con el
elemento principal y tengo que ir al bosque a encontrarlo… no será fácil,
pues solo se puede encontrar en la morada de los magos negros.
Eliza caminaba de un lado
a otro, tenía que tomar una decisión, no era fácil y con la conformidad en
su rostro termino por decir.
-De acuerdo tienes dos
semanas… solo te advierto que si intentas traicionarme tu hermano pagará
con su vida tu osadía… mucho cuidado con lo que haces, no intentes buscar
ayuda… no querrás casarte con un cadáver.
-Mi lady le juro que no
le engaño, si no cuento con lo necesario me será imposible hacer lo que me
pides.
-Confiare en ti… ahora
dime… por cuento tiempo más Terruce permanecerá bajo el embrujo de tu
pócima.
-Para serle sincero, no
tengo la más mínima idea… pueden ser días semanas… no lo se
-¿Y qué pasará cuando el
hechizo desaparezca? – preguntaba nerviosa la reina.
-Pues… Terruce recuperará
su total voluntad y lo que él haga usted lo sabrá en ese momento.
-Esta bien, ya me
encargaré de eso cuando llegue el momento… ahora retírate y recuerda dos
semanas.
Ese mismo sol rojo era
el que una bella rubia contemplaba, su embeleso fue interrumpido por una
voz conocida.
-Lindo atardecer.
-Si muy lindo.
-Quiero pedirle una
disculpa mi lady, el día que nos conocimos no fui muy caballeroso con
usted.
-Llámame Candy. No te
preocupes… y dime vives cerca de aquí – preguntó curiosamente la joven.
-Si… en el mesón del
pueblo, después de gozar los lujos de palacio, ahora me tengo que
conformar con la dureza de una cama – contestaba el desterrado Niel.
-¿Vivías en palacio? –
preguntó extrañada Candy.
-Así es… soy un miembro
de la honorable familia real… y por capricho de mi hermana la reina fui
exiliado.
-No logro entender cómo
es que tu hermana ahora es la reina… hasta hace poco fue nombrado rey a
Sir Anthony y al partir al campo de batalla dejo a su consejero real a
cargo del reino… puedes explicármelo – pregunto Candy, esperando ansiosa
la respuesta.
-Bella dama, mi hermana
es una persona enferma de poder… tú lo puedes comprobar, desde que ella
asumió el cargo en este país regresaron ciertas costumbres, como el pago
del diezmo y no es cualquier cosa, además tiene como prisionero al
príncipe del reino vecino.
-¿Te refieres a Sir
Terruce?, pero si es su esposo.
-Todo eso es una gran
farsa, ella lo tiene bajo un hechizo… ella es capaz de todo y yo estoy
resuelto a acabar con ella.
Candy, sabía
perfectamente que las cosas en el reinado de las rosas blancas no iban
bien, en unos cuantos días Eliza había terminado con la alegría que
reinaba esa ciudad, todo era un caos. En el interior de la chica brotaba
el espíritu de justicia, quería que regresaran esos días de gloria a su
país, el cual la había visto nacer, crecer y enamorarse, y este momento
era el ideal para devolver un poco de los momentos felices vividos. Candy
miró a Neal, realmente no parecía tan loco como la gente del pueblo decía
que era... era tan solo un muchacho que estaba lejos de lo que conocía.
Y sin pensarlo dos veces
se unió a la causa de Niel, aunque este lucharía por derrocar a su hermana
del trono y él asumirlo, en cambio Candy lucharía por recuperar el reino
que le fue arrebatado al amor de su vida.
Muy lejos de ahí un
caballero se encontraba muy pensativo, contemplando el horizonte.
-¿Preocupado?
-Si, muy preocupado.
Tengo la sensación de haber perdido algo, que alguien me necesita…
quisiera volver lo más pronto posible a palacio… no puedo con esta
angustia.
-Calma Anthony… sabes
perfectamente que no podemos regresar… la ventaja que tenemos es muy
grande y sería muy tonto de nuestra parte retirarnos en este momento… tu
pueblo esta en buenas manos, Archie es un joven muy responsable.
-Albert… no se que haría
sin ti… tus palabras me devuelven la calma, aunque para serte sincero,
esta preocupación a cada momento se me hunde como una daga… ojala que esta
guerra termine pronto – decía el joven rey sin dejar de contemplar el
horizonte y en su mano derecha apretaba fuertemente al crucifijo de su
amada.
Los días caminaban a paso
lento, Stear andaba sin rumbo fijo, pensando en como ayudar a su hermano
y por supuesto a su adorada Patty, a quién recurrir, se sentía observado,
sentía como alguien pisaba su sombra, seguramente un enviado de Eliza.
En el reino Eliza no daba
crédito a los que sus castaños ojos observaban, su esposo ahí en el lecho,
profundamente dormido. Se dirigió a su balcón sumamente nerviosa,
esperando el regreso de Stear o tal vez el regreso de Anthony, y eso si
que sería un gran problema, Eliza tenía que conseguir a su heredero, ella
estaba dispuesta a pagar el precio que fuera, el que fuera con tal de que
su deseo se hiciera realidad, pero no solo eso, quería que Terruce
estuviera a su entera disposición, hasta el grado de pelear contra Anthony
si fuera necesario para conservar su reinado, no estaba dispuesta a perder
lo que a la mala había obtenido.
Por otra parte el
ejercito de la Rosa Blanca, se alistaba para pelear la peor de las
batallas, se enfrentarían el principal ejército feudal, el llamado
ejército de la Rosa Carmín, los cuales se distinguían pro su crueldad,
era un reino en donde prevalecía la injusticia, el pueblo entero vivía
aterrado y nadie se atrevía a rebelarse.
El soberano de este reino
era un misterio para todos, nadie conocía su rostro, ni la voz, solo se
sabía que era una persona con un gran poder y que por aliados tenía a los
magos negros, seres desterrados de los reinos que habían logrado su
libertad en batallas pasadas, incluyendo al de la Rosa Blanca. Estos
magos habían jurado venganza y que mejor oportunidad, la alianza con el
imperio de la Rosa Carmín.
Anthony conducía a su
ejército a la batalla decisiva, en esta se jugarían el todo por el todo,
hasta la vida misma. Solo quedaba unos días para que se vencieran los
plazos establecidos. Eliza seguía temerosa, deseando que Terruce siguiera
en ese letargo, la malvada reina no se imaginaba que pronto habría de ser
derrocada pro su hermano con ayuda de la mujer que tanto odiaba sin
conocer, sabía perfectamente que el desprecio de Anthony se debía a una
mujer y que un día tendría la oportunidad de enfrentarse cara a cara y
ella sería la vencedora.
A las afueras del reino,
un hombre débil, pálido, bebía agua de un arroyo como un loco, este hombre
pasó por mil penalidades para obtener su libertad, ese hombre era el
consejero de palacio, era Archie.
El joven consejero jamás
se resignó a su suerte. Él conocía a la perfección el enorme castillo,
sabía de sus secretos, lo difícil era escapar de la mazmorra que se le
había asignado por habitación. Paso noches en vela tratando de cavar un
túnel, la labor fue ardua, dura, cada minuto sentía que la vida se le iba,
cada minuto que transcurría sentía que la esperanza se le acababa, quería
claudicar, quería morir, pues las condiciones en las que se encontraba
eran infrahumanas, se le trataba como al peor de los villanos, la soberana
había dado órdenes explicitas que se le tratará de la manera más
denigrante, era su venganza por los tantos desplantes que Archie le había
hecho padecer.
Los esfuerzos de Archie
se habían visto compensados al sentir el líquido cristalino en sus labios,
al sentir los rayos del sol sobre su cuerpo lastimado, para finalmente
desplomarse, las fuerzas se le habían ido, no podía más.
Unos bellos ojos azules
contemplaban la escena y al ver caer la silueta corrió a socorrerle. Lo
tomó con delicadeza en sus brazos, limpió la cara sucia de aquel hombre y
con sus delicadas manos delineó cada rincón de ese cansado rostro, no
dejaba de contemplarlo y como pudo lo llevo a casa.
Al legar lo depositó con
sumo cuidado en su lecho. Una rubia se acercó a ella.
-¿Quién es? – preguntó la
rubia con infinita curiosidad.
-No lo se… lo encontré en
el arroyo… se ve muy mal… parece que no ha comido en días… ¿qué podemos
hacer por él?
-Annie… ¡¿cómo es posible
que hayas traído un extraño a casa?! – reclamó la rubia a su prima.
-Lo vi tan desamparado,
tan frágil… no podía dejarle en ese lugar.
-Annie, pero no sabemos
quién es, seguro ha ser un forastero, nunca lo había visto en el pueblo…
aunque – la mirada de la rubia lo observo detenidamente – sus ropas,
aunque gastadas, parecen ser de alguien muy importante, pero quién podrá
ser.
-Crees que se recupere.
-Se ve que la paso muy
mal y definitivamente no creo que pertenezca a la plebe… aunque tampoco se
leve alguna insignia.
-Quién podrá ser? – se
cuestionaba la chica de mirada azul muy preocupada – desde que el Rey
Anthony se marchó han pasado cosas muy extrañas, la nueva reina, ese
matrimonio apresurado y ahora tu Candy que estas dispuesta a llevar a cabo
esa locura.
-Annie tan miedosa como
siempre… y no es una locura – hablaba la pecosa con firmeza – ¿crees que
luchar por la libertad de tu pueblo es una locura?, además Niel me da
confianza, es una buena persona.
-Lo dudo Candy, recuerda
que según él, es hermano de la reina serán iguales de soberbios, además en
el pueblo se rumora que se trata tan solo de un pobre loco y que todo lo
que dice son mentiras… no deberías confiar en ese tipo de personas, no lo
conoces lo suficiente.
-Tú tampoco conoces a
este muchacho y sin embargo lo has traído a casa – recriminó Candy.
-No compares, este
muchacho lo encontré desvalido y te recuerdo que todos dicen que ese Niel
esta mal de la cabeza... y además te ha tratado muy mal...
El hablar de la joven se
detuvo ante la reacción del joven desvalido.
-Candy… mira… esta
reaccionando – decía Annie emocionada.
El joven se incorporó de
golpe.
-¿En dónde estoy?,
¿quiénes son ustedes?
-Tranquilízate, lo mejor
es que descanses, Annie –señalando - te encontró tirado en el arroyo y te
trajo a nuestra casa.
Annie con la mirada en el
suelo, ruborizada y con las manos entrecruzadas en forma de rezo, no
emitía palabra alguna.
-Mi lady –dirigiéndose a
Annie –le doy las gracias por haberme ayudado. Permítanme presentarme, mi
nombre es Archibald Cornwell Andrew, consejero de palacio.
-¿Consejero de palacio?
–preguntó extrañada la pecosa – pero… - ambas jóvenes no supieron como
reaccionar ante esta revelación y como lo exigía la etiqueta real ambas
quisieron postrarse ante semejante personaje, pero Archie inmediatamente
las detuvo.
-Por favor bellas damas,
no es necesario tanta pleitesía, al contrario soy yo quien debe rendirles
honores, por haberme ayudado sin saber quien soy, el reino les estará
infinitamente agradecido.
-Pero… porque se
encuentra en este estado mi señor – preguntó Candy.
-Por favor llámame Archie…
y el porqué de mi situación es una historia muy larga – el joven sentía
desmayarse, seguía muy débil.
-Descansa Archie, ya
habrá tiempo par que nos cuentes.
Annie se encargó de
atender al consejero real, pareciera que el amor se había instalado en ese
corazón tímido.
Al siguiente día, Archie
platicó todo a las doncellas, Candy se convencía que Niel decaía la verdad
y ahora más que nunca estaba dispuesta a llevar a cabo tal empresa y
pareciera que contaban con un nuevo aliado.
Muy lejos de aquella
humilde casa, Stear, el mago real, seguía sin encontrar la solución a su
gran problema. Estaba muy preocupado por su hermano, por su amada, se
sentía inútil. Él se sabía que no era el mejor de los magos, pero daba su
mayor esfuerzo, no siempre sus hechizos daban resultados, aunque el que
suministró a Terruce pareciera estarle dando buenos resultados y eso le
daba ánimos y seguía su camino en busca de ayuda, pero no dejaba de
sentirse vigilado.
Candy, informó a Niel de
la presencia de Archie en su casa. Niel no podía creer que Archie hubiera
escapado de las garras de su hermana. Esta situación lo hizo pensar en
tantas cosas, que tanto le beneficiaria informar a su soberana que el
consejero real había escapado y se encontraba refugiado en la casa de la
bella plebeya, tal vez su hermana consideraría y lo recibiría de nuevo en
palacio y tal vez le daría el cargo de consejero. Pero por otra parte,
pensaba que no seria justo traicionar a la bella rubia, pues con su trato
había conseguido llamar su atención, no la miraba como cualquier
jovencita, la miraba tal vez con amor, con dulzura. Tenía que pensar
seriamente en lo que habría de hacer.
En el palacio las cosas
no iban muy bien.
-¡¡Cómo es posible que
solo esto hayan podido recaudar!!, son unos ineptos, no sirven para nada.
Este reino es muy rico y pueden conseguir más.
-Mi lady, el pueblo se
niega a pagar el diezmo, el Rey Edward no lo cobraba, al contrario daba a
su pueblo cuanto podía.
-Como te atreves a
hablarme de esa manera, eres tan solo un pobre sirviente, ordeno que
empleen la fuerza bruta si es necesario… este pueblo tiene que rendirse a
mis pies, y acatar mis órdenes sin cuestionarlas… todo será diferente de
ahora en adelante.
La gran puerta de la
cámara principal se abría estruendosamente y entraba como desquiciado un
guardia.
-MI LADY… MI LADY…
-Qué es lo que pasa, por
que has osado entrar de esa manera.
El guardia arrodillándose
explico.
-Perdone mi lady… se
trata del consejero real…
- ¿Qué pasa con él?
-Ha escapado.
El rostro de la soberana
dibujó la ira más temible que se hubiera visto, sus ojos se habían pintado
de un rojo carmín e inmediatamente ordeno la búsqueda de Archie, tenían
que traerlo a su presencia lo mas pronto posible, de no ser así rodarían
cabezas, finalmente la reina se quedó sola.
-No puede estar pasándome
esto… no puede ser… Terruce sigue bajo el hechizo de ese tonto mago, ahora
Archie se ha escapado… solo falta que Anthony entre por esa puerta… pero
falta muy poco para que el Rey del País de la Rosa Blanca se enfrente al
ejercito mas poderoso, ellos se encargarán de darle muerte al rey – esta
frase la terminó con una estruendosa carcajada.
A Stear le quedaban
cuatro días de plazo y a Anthony solo una noche, al siguiente día libraría
la batalla decisiva, la batalla que le daría la estabilidad de su reino.
Esa noche Anthony no
podía dormir, deambulaba por la extensa pradera. Sabía perfectamente que
la hora estaba por llegar, y estaba preparado para morir si era necesario
para salvar a su pueblo del dominio de los feudos. No permitiría de
ninguna manera que su pueblo fuera sometido por personas crueles, sin
sentimientos. Su rostro, al ver la luna, cambió, por sus labios se asomó
una cálida sonrisa, recordaba con profundo amor a la mujer que un día
sería su esposa.
-Anthony… sigues
preocupado… será mejor que duermas, mañana será el día decisivo… y tienes
que estar en óptimas condiciones… hemos perdido muchos caballeros, estamos
en una considerable desventaja.
-Lo se Albert… y eso me
preocupa… tengo miedo, mucho miedo… se que no debo sentirlo… pero me
siento al borde de un gran precipicio… siento que la más ligera brisa me
arrojara a la muerte… esos sueños siguen… mi cuerpo yace en un mar de
rosas rojas… - los ojos tristes de Anthony buscaban en el cielo la señal
que le diera calma a su afligida alma, quería saber que no morirá, que
regresaría sano y salvo al lado de la mujer amada.
-Vamos Anthony… ya no
pienses más en eso… solo son sueños.
-Solo sueños… tienes
razón Albert… solo sueños.
Anthony con el crucifijo
fuertemente apretado en sus manos, logro conciliar el sueño.
A la mañana siguiente,
ambos ejércitos estaban frente a frente. El estandarte de la Rosa Blanca
brillaba por todo lo alto, conducidos por su rey Sir Anthony Andrew. Por
otro lado se izaba el estandarte de la Rosa Carmín, el cual era sostenido
por el rey de ese país, por primera vez se le veía en combate, su rostro
cubierto pero dejaba a la luz su mirada, una mirada azul cruel.
Este soberano, jaló las
riendas de su caballo y se dirigió hacia el Anthony. El joven rey no
entendía la actitud de ese personaje misterioso, ambos se encontraron a la
mitad del campo de batalla.
Anthony recibía de las
manos de su oponente un escrito, el cual se dispuso a leer inmediatamente.
Lo que iba leyendo
hicieron que la angustia, apareciera de nuevo en ese rostro cálido, las
líneas eran las siguiente:
Anthony, ten por seguro que hoy sonaran las trompetas de tu palacio anunciado tu muerte. Pagarás con tu vida el haberme despreciado, y no te preocupes mi querido amor, tu reino queda en bunas manos, las mías. ¡QUE VIVA EL REY!Lady Eliza Soberana del País de la Rosa Blanca
No podía creerlo, Eliza
era la única culpable de todo este movimiento. El soberano del país de la
Rosa Carmín, dejó ver su rostro, era el de una mujer rubia, ojos azules,
quien le hizo una proposición a Anthony.
-Rey Anthony del País de
la Rosa Blanca… casaros conmigo y te perdonare la vida.
-Que tienes que ver con
Eliza
-Ella quiere tu reino y
yo te quiero a ti.
El nombre de esta
sanguinaria soberana era Lady Scarlett Angus, una mujer cruel, ambiciosa.
Eliza le había propuesto, recuperar los pueblos que habían logrado su
autonomía en guerras pasadas, Eliza le daba en bandeja de plata el reino
de Anthony y por supuesto el reino de Terruce.
-Que me contestas mi lord
– pregunto la reina.
-Prefiero pelear ante tu
ejército que casarme contigo.
-Tu pequeño ejercito no
es nada ante el mío… morirás mi lord, tal como lo desea lady Eliza.
-Si he de morir, que así
sea.
Scarlett, regresó con sus
hombres, sintiendo que la flama de la irá iba invadiendo su cuerpo, él se
había burlado de ella y no se lo perdonaría nunca, Anthony por su parte
también regresó con su gente y la pelea dio inicio.
Fue una gran masacre, el
ejercito de Anthony no soportaría tanto, la desventaja era clara. Pero
eso no le importe al joven rey, él daría todo por tratar de salir
victorioso, tenía que regresar a su pueblo, tenía que regresar por ella.
La espada de la reina se
encontró con el pecho del aquel rey. Anthony cerró sus ojos y de sus
manos un crucifijo bañado en sangre caía, la Rosa Blanca se había teñido
de Carmín.
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